domingo, 18 de febrero de 2018

Carta abierta a los educadores de la fundación Ibn Battuta en Pere IV 76


Hola a todos:

Ya sabéis quien soy. Soy el vecino de abajo, el que hace siete meses que sube un día sí y otro también a deciros que no podemos vivir así, que mi hija, un bebé de seis meses, se despierta por los golpes, y que los vecinos no podemos descansar. A veces hemos conversado con calma, otras veces nos hemos enfrentado porque nosotros ya no aguantábamos más y, a juzgar por todos los compañeros vuestros que han pasado y han abandonado, vosotros tampoco, y lo entiendo.

El viernes por la noche tuvimos el penúltimo follón (el ultimo ha sido esta noche). Hablé con el educador del cuarto piso, y tuvimos una buena conversación. Me dijo que lo lamentaba, que él y todos sus compañeros querían irse ya de Pedro VI 76, y que lo sentían por mi familia y por todos los vecinos. Y me dijo algo que me habéis dicho todos los educadores con los que he hablado, todos sin excepción, y son muchísimos ya, incluyendo a la directora del centro, y es que estos pisos no cuentan con las condiciones adecuadas para educar a los menores. Es decir, que no somos sólo nosotros el problema, sino los propios chicos. “Si uno de estos chicos se cae por un balcón, ¿qué ocurriría?”.

Bien. Parece que a la DGAIA esto le da igual, a ellos solo les preocupa meterlos en cualquier sitio, donde sea, para que no se les caiga el pelo. A la fundación Ibn Battuta tampoco parece que le importe, y que los vecinos que no descansamos y vivimos entre basura y gritos sólo somos daños colaterales. Por eso os voy a decir lo que creo que deberíais hacer. Es sólo mi opinión, y os la digo con el mayor respeto, puede que os parezca una chorrada, no estaréis de acuerdo por los motivos que sea, y estáis en vuestro derecho de seguir como hasta ahora, pero os lo voy a decir igualmente, porque creo que me he ganado ese derecho.

Creo que tendríais que juntaros y dimitir en bloque, y avisar a todos vuestros compañeros por redes sociales, o incluso a través de los medios, de que no trabajen con la fundación Ibn Battuta. Creo que debéis dimitir por los vecinos, debéis dimitir porque en siete meses siguen orinando dentro de las escaleras, y siguen tirando cascaras de pipas por el balcón (que luego mi mujer quita de la ropa recién lavada y tendida de nuestro bebé), creo que debéis dimitir por el bien de los chicos, y creo que debéis dimitir, sobre todo, porque todos y cada uno de vosotros y vosotras ha elegido su profesión para ayudar a los demás.

Os voy a decir una cosa. Estoy a favor de la integración. Mi mujer y yo lo hemos pasado mal y hemos llorado juntos porque creíamos que no nos merecíamos que nos pasara esto justo cuando acababa de nacer nuestra hija. Y aun así sigo a favor de la integración. Por eso creo que debéis dimitir, porque en estos pisos no estáis ayudando a integrar a los menores, y lo sabéis, porque vosotros mismos me lo habéis dicho; debéis dimitir porque lo único a lo que estáis contribuyendo es a crear un gueto y conflicto vecinal; debéis dimitir y dar un paso adelante porque así, y solo así, estaréis ayudando a que a estos chicos se les ubique en un centro adecuado desde el que podáis trabajar; debéis dimitir para no cubrirle más las espaldas a la verdadera responsable de este desastre, la DGAIA (Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència); y debéis dimitir porque, si no os convertís en actores principales, lo único que vais a conseguir es desgastaros, hacer daño a una comunidad, enfrentar a los chicos a los que queréis ayudar y dejar que la fundación Ibn Batuta siga cobrando subvenciones millonarias mientras a vosotros os deja expuestos.

Es mi opinión. Nos vemos.

Quique Castro

jueves, 1 de febrero de 2018

Fundación Ibn Battuta y DGAIA, ineptitud e irresponsabilidad en los pisos de acogida

Pisos saturados, educadores insuficientes, planificación nula y conflicto vecinal, este es el modo en que la fundación Ibn Battuta y la DGAIA entienden la gestión de pisos de acogida para menores en riesgo de exclusión social provenientes del Magreb.

 


Hace siete meses la fundación Ibn Battuta, bajo el auspicio de la DGAIA (Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència), alquiló tres pisos en el bloque situado en el carrer de Pere IV, número 76. En cada uno de estos apartamentos se ubicó a nueve menores provenientes del Magreb en riesgo de exclusión social, y desde entonces la vida de los vecinos no ha podido ser la misma.

 

Peleas, gritos, timbrazos constantes, carreras escaleras arriba y abajo, ruidos a todas horas… Estas son las condiciones en las que nos obligan a vivir la fundación Ibn Battuta y la DGAIA, como pueden dejar constancia la Guardia Urbana, Mossos y Bomberos, por haberse tenido que presentar en numerosas ocasiones.

 

Al follón hay que añadir la suciedad. Desde estos pisos se arrojan desperdicios en el interior y en el exterior de la finca: mondas, envoltorios, preservativos…, que caen en los balcones de los vecinos y en el patio, convertido ya en un estercolero. A pesar de que tienen prohibido fumar, las escaleras están llenas de colillas (ni uno solo de los vecinos anteriores fuma), y cabe destacar la costumbre que adquirieron estos jóvenes de orinar en el hueco de las escaleras cuando charlaban en el portal, para no tener que subir a sus pisos a usar el servicio.

 

El interior del bloque está llenó de pintadas ofensivas, los buzones fueron arrancados de cuajo e incluso llegaron a romper varios vidrios del portal para no tener que llamar al timbre cuando querían subir. En este período de tiempo el ático fue desvalijado mientras su inquilino acompañaba a su madre, enferma en el hospital, y el pasado día 27 de enero tuvo que acudir la policía por enésima vez porque un grupo de chicos, que habían estado hablando con los menores tutelados, forzaron el principal primera, arrancaron la alarma y rompieron los vidrios de las ventanas mientras hacían botellón.

 


El vecino del ático, incapaz de soportar esta situación, ha abandonado el piso, y ahora sólo aguantamos en el bloque cinco ancianos y mi familia, formada por mi mujer y mi hija, un bebé de seis meses, que nos vemos obligados a criar entre gritos, peleas y suciedad.


 

El pasado día 27 de diciembre mi hija se despertó una vez más por culpa de los usuales portazos y gritos, y cuando se puso a llorar decidí salir las escaleras a increparles para que dejaran de armar jaleo de una vez. La respuesta de los chicos y de una de las tutoras fue bajar hasta nuestro piso a gritarnos y tratar de intimidarnos. “¡Este es un centro de menores, iros vosotros!”, me gritaba, a dos centímetros de mi cara, uno de los jóvenes, mientras hacía amago de golpearme con el codo. Fue entonces cuando saqué el móvil y me puse a grabar mientras recibía patadas, empujones y manotazos que trataban de arrancarme el teléfono de las manos.

 

Esta situación insostenible ha sido reconocida por la práctica totalidad de los educadores con los que he hablado, que a su vez han declarado, con agentes de la Guardia Urbana como testigos, que tener a tantos adolescentes en riesgo de exclusión social en el mismo bloque es una pésima idea, ya que son incontrolables.

Los vecinos hemos agotado todas las vías de negociación. Al principio hablamos con los tutores, pero estos no duran más que unas semanas, por lo que la tarea resulta inútil, nos quejamos a la directora del centro, denunciamos los hechos dos veces al Ayuntamiento de Poblenou, una a Habitatge, nos presentamos en la DGAIA y escribimos a la fundación Ibn Battuta —tengo copia de todos los escritos sellados—, pero la situación sólo ha ido a peor.

Rosa Pérez, Cap de Servei de la DGAIA, reconoció que la situación era un fracaso, y que intentarían trasladar a los jóvenes a otra ubicación para que estos pisos los pasaran a ocupar mayores de edad, hasta un máximo de cuatro por piso. Los vecinos hemos declarado que reconocemos el derecho de la gente que emigra a buscar su felicidad, y que entendemos la existencia de pisos de tutela de menores, pero creemos también que debería regularse tanto el número viviendas destinadas a esta tarea como el número de jóvenes que pueden habitarlas en un mismo edificio. De lo contrario solo sirven para crear guetos que derivan en conflicto vecinal.

El pasado día 23 de enero, el administrador de la finca —todos los pisos pertenecen a una misma propiedad— comunicó por mail la rescisión de contrato por incumplimiento de cláusulas al presidente de la fundación Ibn Battuta, el señor Mohammed Chaib. En todo este tiempo el señor Mohammed Chaib jamás se ha dignado a comunicarse con los vecinos, a pesar de la situación de emergencia que vivimos, y su respuesta a la propiedad fue el desubicado escrito de un bufete de abogados poco enterados y muy motivados, siempre una triste combinación.

Para quien no lo conozca, el señor Mohammed Chaib es el actual número 6 en las listas del PSC. Su propia comunidad le afeó, tras los atentados de Barcelona, el descaro de arrogarse la representatividad de los musulmanes para su beneficio político. Abdelhak Marso, presidente de la asociación Ibn Roshd, le acusó de “manipular la manifestación de la comunidad musulmana”. Mohamed el Ghaidouni, presidente de la Comunidad Musulmana en Cataluña, declaró que la actitud de Mohammed Chaib tras los atentados de Barcelona  “no ayuda en nada para unir la comunidad marroquí, sino al contrario, aporta actitudes negativas que dañan al tejido social marroquí y no ayudan en nada a tratar nuestros problemas”. Y la activista Latifa el Hasaní declaró, “no entiendo como este hombre se permite el lujo de aprovecharse de la sangre de las víctimas”.

En palabras de Rosa Pérez: “Barcelona sufre una emergencia social por la afluencia masiva de jóvenes que vienen de Marruecos”. Reconoce la Cap de Servei, además, que su departamento no dispone de los medios suficientes para hacerle frente, y que cuando decidieron meter a los chicos en este bloque “ni siquiera sabíamos que había vecinos en la finca”. Los vecinos entendemos que la Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència no ha hecho más que esconder sus problemas debajo de la alfombra, y denunciamos la improvisación de este departamento.

A modo de anécdota ilustrativa, en la misma reunión que sostuve con la Cap de Servei, esta nos dijo, en primer lugar, que Barcelona ejercía un efecto imán para estos jóvenes, a los que se trataba de dar cobijo. Pero cuando le dijimos que ya no aguantábamos más, que nos tendríamos que ir de la que es nuestra casa y nuestro barrio hace quince años, nos propuso que buscáramos en otros pueblos fuera de Barcelona, que son más baratos.

El día 15 de enero informé de estos hechos al presidente de la Asociación de Vecinos de Poblenou, Salvador Clarós Ferret. Ese mismo día Salvador se puso en contacto con el Sindic de Greuges de Barcelona y con el Ayuntamiento del distrito de Sant Martí. Gracias a su gestión, rápida y eficaz, se presentaron un técnico y una técnica, que evidenciaron "serios conflictos de convivencia y de estructura".

El carpintero de la calle está harto del follón que arman; otro vecino que este verano montó una lavandería está desesperado porque siempre tiene a los chicos sentados en el escalón, o incluso dentro de su negocio comiendo pipas (¿alguien duda a dónde van las cáscaras?); el señor chino del bar de la esquina está harto también, pero dice que prefiere no meterse en líos con esta gente; otro vecino de origen argelino les ha recriminado en muchas ocasiones por el lenguaje que usan a gritos a todas horas (él dice que por desgracia les entiende), y les ha advertido que no se dirijan a su hija, de 15 años; lo mismo que les ha aconsejado otro vecino del inmueble de al lado, cocinero del hotel Pere IV. Todo es inútil.

En estos pisos no se ha desarrollado ningún trabajo positivo, solo se han usado para ocultar una emergencia social y son los vecinos los que estamos pagando el coste. Los responsables han enterrado la cabeza. La DGAIA, hasta el momento, ha preferido ocultar sus problemas, aún a costa de perjudicar a otros ciudadanos (entre los que se cuentan ancianos de más de noventa años y bebés de meses), la fundación Ibn Battuta mantiene un exceso de menores en los pisos, no pone educadores suficientes y a los que tiene les “paga mal y tarde”, en palabras de una de las educadoras. 

Si creemos en un proyecto de ciudad integrador se tienen que poner los medios necesarios, no vale improvisar una chapuza, dejar que los ciudadanos carguen con el peso y luego que unos cuantos políticos o tecnócratas ineptos salgan a la palestra pública a ponerse medallas. A veces, cuando trato de encontrar una explicación, pienso que todo esto se debe a que un politicastro usa una fundación para darse ínfulas y sacar subvenciones, otras, recuerdo la famosa frase de Heinlen “nunca subestimes la estupidez humana”, y que esto es culpa de lo que vulgarmente se conoce como un “torpe motivado”. La negligencia y la irresponsabilidad suelen hacer más daño que la maldad. 

Los vecinos estamos hartos, no aguantamos más, e igual que se nos exige que cumplamos nuestra obligaciones como ciudadanos, exigimos a las autoridades correspondientes que se pongan de acuerdo para solucionar este grave problema que afecta a la convivencia vecinal y a nuestra salud física y mental.

Quique Castro